Clase privada
Mara no tenía un propósito ese día, pero sin esperarlo iba a cumplir su fantasía con Sergio.
Mara llegó al gimnasio como cada jueves, con el cabello recogido en una coleta improvisada. A diferencia de otros días, esta vez no la acompañaban sus amigas. Habían cancelado a última hora, pero ella no quiso perderse la clase de pilates. O tal vez no quiso perderse a Sergio.
Él ya estaba en la sala, colocando la música. Un chill out envolvente comenzó a llenar el ambiente con sus notas lentas y sensuales. Sergio se giró hacia ella al notar su llegada. Su mirada azul, profunda e imperturbable, se clavó en la suya. Bastó ese cruce de ojos para que a Mara le recorriera un escalofrío. Siempre le había parecido atractivo, pero ese día… había algo diferente.
—¿Vienes sola? —preguntó él, con una sonrisa ligera.
—Sí —respondió, quitándose la chaqueta—. Mis amigas no han podido hoy… y a mí no me apetecía nada faltar a tu clase.
Sergio asintió con una expresión enigmática. Luego, dio comienzo a la sesión. Los movimientos suaves y las posturas que exigían estiramientos lentos generaban una tensión inesperada en el ambiente. La música, la respiración controlada, la luz tenue… encendían algo más que los músculos.
De pronto, Mara soltó un gemido ahogado.
—Ay… —jadeó—. Me ha dado un tirón en el muslo.
Sergio se acercó de inmediato y se agachó junto a ella.
—¿Te duele mucho? —preguntó.
—Bastante —dijo ella, conteniendo el gesto.
Él apoyó una mano en su pierna y comenzó a masajear con firmeza. Sus dedos se deslizaban lentos, cálidos. Mara sintió un calor distinto encenderse bajo su piel. El roce, el olor de su piel, el timbre grave de su respiración tan cerca... todo le provocaba un deseo incontrolable.
Sergio levantó la vista. No necesitó palabras para leer en sus ojos. Caminó hasta la puerta y echó el pestillo.
Cuando volvió junto a ella, algo había cambiado. Sus miradas se fundieron como brasas encendidas. Sergio se inclinó y rozó sus labios con los suyos, despacio al principio, como si pidiera permiso. Mara respondió con hambre, con un beso que creció rápido, profundo, mientras sus manos subían por su camiseta, acariciando sus pechos por encima de la tela.
Mara alzó los brazos y se deshizo de la prenda. Sus pezones se erizaban al contacto con el aire. Sergio se los bebió con la mirada y luego con la boca. Su lengua dibujó círculos húmedos mientras ella jadeaba y se aferraba a su nuca.
—Dime si quieres que pare —susurró él al oído.
Mara no respondió con palabras. Le quitó la camiseta, sus dedos acariciaron la piel de su pecho y bajaron por su abdomen.
—Hace mucho que pienso en esto —confesó entre suspiros.
Sergio la tumbó sobre la esterilla, le bajó lentamente el pantalón deportivo y luego las braguitas. Sus dedos recorrieron su piel, acariciando con ternura y deseo hasta llegar a su centro. Sintió su humedad. Comenzó a acariciar su clítoris con suavidad, con ritmo. Mara gimió, se arqueó y buscó su boca.
Los dedos de Sergio se deslizaron dentro de ella, profundos, húmedos, firmes. Cada movimiento arrancaba un nuevo gemido de su garganta. Sus cuerpos se buscaban sin prisa pero deseosos.
Él se desnudó por completo y se colocó sobre ella. La penetración fue un suspiro. Los movimientos de Sergio eran intensos, marcados por el ritmo de la música y el de sus cuerpos que se entrelazaban.
La embestía con fuerza y placer, mientras su boca se apoderaba de sus pezones con una voracidad deliciosa. Los gemidos de Mara llenaban la sala, haciéndose uno con la música de fondo.
La intensidad creció como una ola. Sus espaldas arqueadas, sus jadeos acelerados, los suspiros entrecortados… todo los llevó hasta el borde. Y allí, entre estocadas profundas y miradas, el orgasmo los envolvió en una explosión de fuego compartido.
Quedaron tumbados sobre la esterilla, sudorosos, respirando al unísono. El chill out seguía sonando como si nada hubiese ocurrido. Pero en ese rincón del gimnasio, el mundo había temblado.
Pasaron unos minutos en silencio. Después, con la misma naturalidad con la que se habían desnudado, comenzaron a vestirse sin decir una palabra más. Sergio volvió a la puerta y retiró el pestillo. Mara se recogió el cabello, como si se preparara para salir a la calle tras una simple clase.
—¿Todo bien? —preguntó él, como si sólo hablara del tirón.
—Perfectamente —respondió ella, con una sonrisa que decía mucho más—. Hasta el martes, profe.
Sergio asintió. La observó alejarse, segura, ligera. La puerta del gimnasio se cerró tras ella. Y todo quedó en calma.
Como si nada hubiera pasado.
Pero pasó ;) y mucho, un pilates muy activo el que imparte Sergio, creo que la espera de Jueves a Martes será larga para Mara.
ResponderEliminarBesos dulces Mari y dulce semana.
Hola Dulce el deseo mandó y la fantasía de Mara se cumplió.
EliminarBesos Dulce caballero😘