Eros y Jade: Relato II
La Iniciación
"Toda sumisa necesita ser doblegada al menos una vez... para saber a quién pertenece."
Después de nuestro primer trío, supe que Jade estaba lista para explorar terrenos más oscuros. Le propuse iniciarnos en la dominación y la sumisión. Sus ojos brillaron cuando aceptó.
La cité en un restaurante. El juego empezaba mucho antes de llegar a la cama.
Aquella noche, su desafío merecía una lección.
—Eres inexperta, y eso no es excusa —le susurré, inclinándome hacia ella—. Has elegido entrar en mi mundo. Un mundo donde no hay espacio para dudas ni resistencia. Aquí, yo soy Tu Señor. Y tú, mi propiedad. Tu cuerpo, tu alma, tu voluntad... ahora me pertenecen.
Ella agachó la cabeza, sumisa.
—Sí, Mi Señor. Perdóneme.
—Si ordeno que te arrodilles, lo harás. Si te pido que te desnudes en público, obedecerás. Si quiero que ladres como una perra hambrienta de deseo, obedecerás. No hay excusas. ¿Está claro?
—Sí, Mi Señor.
Me acerqué a su oído, dejando que mi aliento la estremeciera.
—Durante la cena me desobedeciste. Me negaste algo que ya no es tuyo: tu pudor, tu ropa, tu voluntad. Escucha bien: mi placer no reside únicamente en tomarte, en saborear tu cuerpo. Mi mayor deleite es quebrar tu resistencia, moldearte a mi deseo. Eres mía, Jade. Y no permitiré que lo olvides.
Sus labios temblaban, pero su voz fue firme:
—Acepto, Mi Señor. Por favor, castígueme. Déjeme demostrarle que puedo ser la sumisa que usted merece.
—Muy bien. Esta noche recordarás quién manda.
Arranqué sus bragas con un gesto firme, esas que se había negado a entregarme durante la cena. La doblegué sobre el respaldo del sofá, atando sus muñecas. Tiré de su cabello, obligándola a alzar el rostro mientras mi otra mano recorría la humedad que ya empapaba su sexo. Gemía, ansiosa, perdida.
La castigaba con cada azote en su trasero perfecto, firme, que se coloreaba bajo mis golpes. Jade se retorcía entre gemidos de dolor y placer, suplicante, adicta a la humillación y la entrega. Cuando estuvo a punto de quebrarse, me detuve.
—Vístete —ordené, implacable—. Esta noche no mereces que te regale un orgasmo.
Su respiración temblaba mientras obedecía, envuelta en una dulce frustración.
Así inicié a Jade como sumisa, sellando la primera marca invisible de nuestra entrega mutua en el oscuro y adictivo mundo de la dominación y la sumisión.
"Esa noche, Jade entendió que el placer verdadero empieza cuando dejas de ser dueña de ti misma."
Eros©️

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