"Él no pedía: ordenaba. Y ella no obedecía: se ofrecía.
Esa diferencia lo era todo".
El juego no era de fuerza, sino de voluntad. La suya, impuesta como hierro candente; la de ella, entregada como sacrificio voluntario. Cuando él cerraba su mano sobre su cuello, no había miedo: había gratitud. Cuando la empujaba contra la madera áspera, no había dolor: había consuelo.
—Eres mía —dijo, y en su voz no había ternura, sino sentencia.
Ella sonrió con los labios manchados de deseo. No contestó, porque la palabra no tenía valor en ese lenguaje secreto. Su respuesta fue dejarse caer más hondo, renunciar a sí misma, convertirse en la obra de su perversión.
En esa habitación no existía la inocencia, solo un ritual oscuro: el amo reclamaba, la cómplice se dejaba reclamar, y en esa danza peligrosa ambos encontraban una libertad que el mundo jamás entendería.
La lujuria no era placer, era pacto. La perversidad no era vicio, era fe. Y ambos, perdidos en su propio delirio, lo sabían: ningún cielo podía ofrecerles lo que ese infierno compartido les regalaba.
PaCountry©️
Me gusta ese simbolismo entre las dualidades como si lo oscuro encontrase reflejo en la luz. Buen micro.
ResponderEliminarBesos dulces del Caballero.