Embriágate de mí
El blues envolvía la habitación, te esperé con una botella de vino entre mis piernas, dispuesta a tentar tus ganas. Mis braguitas cayeron al suelo, las giré con mis dedos y luego las dejé colgar de mi pie, exhibiendo mi desnudez sin pudor. Te observé entrar, tus ojos se clavaron en mi sexo húmedo, abierto para ti, y sonreí al ver cómo tu deseo se tensaba al instante. Acerqué la botella a mis labios, bebí un sorbo lento y dejé que una gota resbalara por mi pecho hasta mi ombligo. “Ven”, susurré, abriendo más mis piernas. No necesitaste más invitación: caíste de rodillas ante mí, ansioso por beberme entera, sin prisa, con hambre y con vino en la lengua.
Tus labios se hundieron entre mis muslos con una avidez feroz, la mezcla de vino y mi humedad desbordaba tu boca. Gemí con la cabeza echada atrás, mi mano enredada en tu cabello, guiando cada lamida, cada embestida de tu lengua ardiente. Tus dedos se abrieron paso, penetrándome con fuerza mientras succionabas mi clítoris hasta arrancarme jadeos rotos. El sofá crujía bajo mis espasmos, mi cuerpo temblaba atrapado en un placer insoportable. Mis piernas rodearon tu cuello, hundiéndote más contra mí, exigiéndote, suplicando sin palabras que no pararas. El orgasmo me explotó en oleadas, haciéndome gritar tu nombre mientras bebías cada gota de mí como si fuera el vino más oscuro de la noche.
Mi cuerpo aún vibraba cuando me arrancaste la botella de las manos y me empujaste contra el sofá, obligándome a arquear la espalda. Tus labios aún brillaban con mi humedad, tu respiración entrecortada me advertía del hambre que no iba a esperar. Sentí la dureza de tu miembro rozando mi entrada, y gemí antes de que me invadieras de un solo golpe. El aire me abandonó en un grito, mis uñas se clavaron en tus hombros mientras embestías con fuerza, hundiéndote hasta el fondo una y otra vez. El vino derramado chorreaba por el suelo, pero yo solo podía concentrarme en el vaivén brutal de tu cuerpo dentro del mío. Cada empuje era un incendio, cada choque nos arrancaba jadeos salvajes, hasta que mi sexo apretó con desesperación, pidiendo tu entrega, tu derrame, tu todo. Y en ese preciso instante un gruñido envolvía la habitación... Mía.

Un embriagante blues pleno de erotismo donde gemidos y gruñidos se vuelven notas melodiosas. Un placer siempre disfrutar de tus relatos.
ResponderEliminarBesos dulces del Caballero.
No hay nada como la unión rompiendo el silencio.
EliminarGracias Dulce caballero, un placer que los disfrutes, besos y buen finde😘
Ardiente, imposible quedarse indiferente
ResponderEliminarGracias Nestor.
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