El regalo Las sesiones con Eros eran intensas, salvajes, adictivas. Mis ansias de placer parecían no tener límite, y eso solo alimentaba aún más su deseo. Oírme gemir bajo cada azote, estremecerme con cada embestida, le confirmaba que estaba lista: había llegado el momento de portar el símbolo de su propiedad. Ese día era especial. Me citó en la habitación de los juegos, nuestro santuario de secretos y rendición. Ya no era la inexperta de antes; mi cuerpo y mi mente sabían cuál era mi lugar. Le esperé desnuda y de rodillas, como mandaba nuestro ritual. Al acercarse, bajé la mirada y besé su mano, sintiendo cómo mi piel se erizaba ante su sola presencia. El deseo me abrasaba, hambrienta de su dominio, ansiosa de sus órdenes, dispuesta a abandonarme a él sin reservas. Eros sonrió, y de sus manos surgió el regalo: un collar de sumisión, una marca sagrada que sellaría mi entrega definitiva. Con gesto solemne, me lo colocó alrededor del cuello. Yo temblaba de emoción, de anhelo. Él podía se...