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Eco destacado

Bienvenidos a Ecos Eróticos

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Un espacio donde el deseo se escribe con elegancia y el placer se transforma en palabra. Aquí cada relato es una invitación a explorar los límites de la pasión, a dejarse llevar por el susurro de lo prohibido... a escuchar el eco del deseo y el erotismo resonar en tu interior.

Clase privada

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Mara no tenía un propósito ese día, pero sin esperarlo iba a cumplir su fantasía con Sergio. Mara llegó al gimnasio como cada jueves, con el cabello recogido en una coleta improvisada. A diferencia de otros días, esta vez no la acompañaban sus amigas. Habían cancelado a última hora, pero ella no quiso perderse la clase de pilates. O tal vez no quiso perderse a Sergio. Él ya estaba en la sala, colocando la música. Un chill out envolvente comenzó a llenar el ambiente con sus notas lentas y sensuales. Sergio se giró hacia ella al notar su llegada. Su mirada azul, profunda e imperturbable, se clavó en la suya. Bastó ese cruce de ojos para que a Mara le recorriera un escalofrío. Siempre le había parecido atractivo, pero ese día… había algo diferente. —¿Vienes sola? —preguntó él, con una sonrisa ligera. —Sí —respondió, quitándose la chaqueta—. Mis amigas no han podido hoy… y a mí no me apetecía nada faltar a tu clase. Sergio asintió con una expresión enigmática. Luego, dio comienzo a la sesi...

Eros y Jade: Relato IV

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A su merced El sonido de su voz erizó mi piel, un escalofrío serpenteó por mi espalda. —Ve a la habitación  —ordenó Eros, sin apartar la mirada del libro que leía. En ese momento mi corazón se empezó a acelerar, mi cuerpo obedeció antes que mi mente. Sabía lo que significaba esa orden y lo que me esperaba. Y lo deseaba más de lo que me atrevería a confesarle en voz alta. Entré en la habitación de los juegos. La penumbra envolvía la estancia, las sombras del mobiliario se dibujaban en la pared: la cruz, las cuerdas, la cama con argollas. Me detuve al pie de esta y me desnudé lentamente, tal como Él me había enseñado, sintiendo cómo el deseo escalaba por mi columna. Escuché sus pasos antes de verlo. Eros entró y cerró la puerta tras de sí. Su mirada profunda, de color café me recorrió entera. Sonrió. —Súbete —dijo con voz baja, rotunda. Lo hice. La sábana de lino acariciaba mi piel desnuda. Él tomó sus cuerdas de seda negra —las que sólo usaba conmigo— y me ató lentamente, una muñeca...

Eros y Jade: Relato III

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El regalo Las sesiones con Eros eran intensas, salvajes, adictivas. Mis ansias de placer parecían no tener límite, y eso solo alimentaba aún más su deseo. Oírme gemir bajo cada azote, estremecerme con cada embestida, le confirmaba que estaba lista: había llegado el momento de portar el símbolo de su propiedad. Ese día era especial. Me citó en la habitación de los juegos, nuestro santuario de secretos y rendición. Ya no era la inexperta de antes; mi cuerpo y mi mente sabían cuál era mi lugar. Le esperé desnuda y de rodillas, como mandaba nuestro ritual. Al acercarse, bajé la mirada y besé su mano, sintiendo cómo mi piel se erizaba ante su sola presencia. El deseo me abrasaba, hambrienta de su dominio, ansiosa de sus órdenes, dispuesta a abandonarme a él sin reservas. Eros sonrió, y de sus manos surgió el regalo: un collar de sumisión, una marca sagrada que sellaría mi entrega definitiva. Con gesto solemne, me lo colocó alrededor del cuello. Yo temblaba de emoción, de anhelo. Él podía se...

Eros y Jade: Relato II

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La Iniciación   "Toda sumisa necesita ser doblegada al menos una vez... para saber a quién pertenece." Después de nuestro primer trío, supe que Jade estaba lista para explorar terrenos más oscuros. Le propuse iniciarnos en la dominación y la sumisión. Sus ojos brillaron cuando aceptó. La cité en un restaurante. El juego empezaba mucho antes de llegar a la cama. Aquella noche, su desafío merecía una lección. —Eres inexperta, y eso no es excusa —le susurré, inclinándome hacia ella—. Has elegido entrar en mi mundo. Un mundo donde no hay espacio para dudas ni resistencia. Aquí, yo soy Tu Señor. Y tú, mi propiedad. Tu cuerpo, tu alma, tu voluntad... ahora me pertenecen. Ella agachó la cabeza, sumisa. —Sí, Mi Señor. Perdóneme. —Si ordeno que te arrodilles, lo harás. Si te pido que te desnudes en público, obedecerás. Si quiero que ladres como una perra hambrienta de deseo, obedecerás. No hay excusas. ¿Está claro? —Sí, Mi Señor. Me acerqué a su oído, dejando que mi aliento la estreme...