🩸Solo mía
"Hay huellas que no se borran... aunque parezcan un sueño"
Elisa despertó con la garganta seca y los párpados pesados. Estaba desorientada, durante unos segundos, el techo de su habitación le pareció desconocido. Parpadeó lentamente, estaba en un estado de ensoñación. ¿Dónde había estado? ¿Qué había pasado? Todo en su cuerpo la empujaba hacia una única respuesta: un sueño.
Un sueño que la había hecho arder por dentro. Se incorporó, sintiendo una mezcla de calor y vértigo en la base del vientre. Caminó hacia el baño, con la mente nublada por imágenes dispersas. Luces tenues, una cama con sábanas de seda, una mirada dorada que brillaba entre sombras, el terciopelo violeta de las paredes...
Al encender la luz, vio su reflejo en el espejo. Estaba pálida, con el cabello revuelto y los labios ligeramente hinchados. Entonces lo vio. Un pequeño arañazo, en la curva de su cuello. Una herida apenas superficial... pero bastó para que todos los recuerdos volvieran como una ráfaga. Su cuerpo se anticipó a su mente: el roce de los dedos de Armand, su lengua cálida, la forma de mirarla mientras la penetraba con una mezcla de deseo y adoración un tanto oscura.
Llevó los dedos al cuello, y una corriente eléctrica la recorrió. Cerró los ojos y se apoyó en el lavabo. Las imágenes volvieron con fuerza: su cuerpo arqueado bajo el suyo, el susurro de una voz grave, una confesión entre jadeos y caricias.
Soy un vampiro.
Y aún así lo deseaba.
Se llevó las manos entre las piernas. Sintió su humedad. Acarició su sexo con lentitud, reviviendo cada movimiento de Armand, cada gemido. Sus dedos se movieron, como si su cuerpo le suplicara revivir aquella noche. El placer creció rápido, incontrolable. Arqueó la espalda, mordiéndose el labio, hasta sentir que un orgasmo se apoderó de ella. Jadeó sola... y aún así, profundamente.
Se metió en la ducha que le devolvió a la cordura. El agua lavó el sudor pero no el deseo. Se vistió con ropa cómoda, tomó un café, y trató de retomar la rutina del día. El trabajo la esperaba. Correos, reuniones... pero Armand estaba ahí. En cada pensamiento. No podía sacarlo de su mente.
No sabía si lo volvería a ver. Y eso la inquietaba.
La noche cayó sin que se diera cuenta. Elisa volvió a casa, cansada, con el cuerpo en automático. Cerró la puerta, dejó el bolso en el perchero de la entrada... y entonces lo sintió. La energía. La presencia. Se dirigió lentamente hacia el salón.
Y allí estaba. Armand. Sentado en su sofá, como si el tiempo no hubiera pasado. Camisa blanca, mirada ardiente, relajado pero en alerta. Como un depredador que ha encontrado su presa.
—¿Cómo has entrado? —preguntó Elisa, casi sin aliento.
—No hay puertas para mí —respondió él, con una sonrisa.
Ella no dijo nada más. Lo observó unos segundos. Seguía siendo él. Era real.
—No fue un sueño, ¿verdad?
—No —respondió Armand. Se acercó con calma. —Lo que viviste fue real. Y apenas hemos empezado.
Se detuvo a pocos centímetros. Elisa sintió el calor subir por su pecho, mezclado con una excitación que no podía ni quería disimular.
—Quiero entender —dijo, mirándolo a los ojos—. ¿Qué eres realmente?
Armand levantó una mano y acarició su mejilla suavemente.
—Soy lo que viste. Lo que sentiste. Vivo en la oscuridad... pero contigo, es diferente. Hay un vínculo. Algo que no se da con facilidad. Y si tú lo permites irá más allá del deseo.
Elisa temblaba. No por miedo, sino por la intensidad de sus palabras, de su mirada de deseo.
—No quiero entender. Solo quiero seguir sintiendo —dijo ella.
—Entonces no hablemos más —respondió Armand con una sonrisa. Y sus labios se fundieron en los suyos como una llamarada.
Elisa se quedó inmóvil unos segundos después del beso. Sentía el calor de sus labios. Armand la observaba, con esa forma que parecía desnudar el alma.
—Quiero que me cuentes más —susurró ella, acariciando su pecho por encima de la camisa. Armand asintió.
—Lo que sabes sobre nosotros... lo que has visto en el cine o leído en novelas... no se acerca a la realidad.
—¿No dormís en ataúdes? —preguntó ella sonriendo.
—Solo cuando el día ha sido demasiado largo —respondió él devolviéndole la sonrisa antes de continuar con un tono más íntimo. No, no dormimos en ataúdes, ni vamos por ahí desangrando humanos. No necesitamos tanto. Tan solo un poco de sangre... compartida en momentos de intensidad es suficiente para mantener nuestra fuerza y vitalidad. Por lo demás nos alimentamos como vosotros, pero también nos alimentamos del deseo, de las emociones. Eso nos une más a los vivos de lo que muchos creen.
Elisa lo escuchaba con los ojos bien abiertos, entre la curiosidad y el asombro.
—¿Y el club Demons?
—Es una guarida, un refugio. Allí convivimos con algunos humanos seleccionados, que sienten que no encajan en vuestro mundo, y con nosotros son libres de entregarse al placer sin máscaras. No soy el único. Hay más como yo. Algunos más antiguos... otros más salvajes. Pero todos vivimos entre los humanos desde hace siglos. Observando. Participando. Cuidando nuestro secreto. Solo lo desvelamos a quien consideramos especial.
Elisa tragó saliva. Cada palabra de Armand abría una puerta nueva dentro de ella. El mundo que creía conocer era apenas la superficie.
—¿Y por qué me has elegido a mí?
Armand se acercó, posando su frente con la de ella.
—Por que en ti hay una oscuridad dormida, pero vibrante. Esperando. Y porque no me temes. Me deseas... incluso sabiendo lo que soy.
Ella lo miró fijamente, y en ese momento comprendió que no había vuelta atrás. Cuerpo, mente y deseo eran suyos.
—¿Y si decido acompañarte en todo esto?
—Entonces, con el tiempo, te lo revelaré todo. Los ritos, las alianzas, los peligros. Pero esta noche, es solo tuya y mía.
Armand la levantó en brazos sin esfuerzo. La llevó hasta su dormitorio. Soltó su melena, que llevaba recogida, y la desvistió lentamente. Cada prenda caía al suelo, dejando su cuerpo al desnudo. Elisa respiraba entrecortadamente, su piel erizada antes de ser tocada. La giró quedando de espaldas a él. Sus labios comenzaron a besar su cuello, mientras sus manos firmes acariciaban su cuerpo, rodeando sus pechos, posando sus dedos en sus pezones, bajando suavemente por su vientre, buscando la humedad de su sexo. Sus labios eran puro fuego sobre su cuello. Elisa estaba deseosa. Gemía con cada caricia.
La giró nuevamente, sus miradas se cruzaron, Elisa volvió a ver esa mirada dorada llena de ansia y deseo. Armand la recostó sobre la cama. Se arrodilló frente a ella, adorando cada centímetro de su cuerpo. Sus labios se posaron en su vientre, descendiendo con lentitud hasta su sexo, que ya palpitaba. La lengua de Armand fue firme, delicada pero devastadora. La lamía con una maestría inhumana, sintiendo cada estremecimiento, cada gemido que arrancaba de sus labios.
Elisa se retorcía sobre las sábanas, sus dedos enredados en el cabello oscuro de él, sus caderas buscando más. Él la sostuvo con fuerza, marcando el ritmo, llevándola al borde y retrocediendo, controlando su placer. Y cuando Elisa gritó su nombre, él subió por su cuerpo. Se desnudó frente a ella, dejando ver su cuerpo firme, perfecto. Sus ojos dorados brillaban en la penumbra. Elisa le rodeó la cintura con las piernas, y él se deslizó dentro de ella con una lentitud insoportable, llenándola por completo. Gimió de puro éxtasis.
El ritmo fue lento al principio. Profundo. Luego fue acelerando, llevándolos a ese lugar donde no hay pensamiento, solo calor y vértigo.
Elisa sentía que se deshacía bajo él. Entonces, Armand se inclinó sobre su cuello, sus colmillos apenas visibles bajo la sonrisa. Con voz grave, le pidió permiso.
—¿Puedo? —susurró.
—Sí... respondió ella sin dudar, con los ojos cerrados.
Y en pleno clímax de placer, cuando su cuerpo se arqueó buscando el cielo entre gemidos, sintió la mordida.
No fue dolor. Fue un estallido de sensaciones. Una corriente cálida y eléctrica, que la atravesó desde el cuello hasta el alma. Su orgasmo se convirtió en algo más: una rendición completa, un viaje más allá del cuerpo.
Armand la abrazó fuerte mientras bebía apenas unos sorbos de su sangre. Lo justo. Lo necesario. Lo íntimo. Cuando se separó, lamió la herida con ternura, sellándola con un beso.
Entonces se inclinó a su oído, su voz era un eco lleno de deseo:
—Ahora sí eres solamente mía.
La noche los envolvió una vez más. Pero esta vez, Elisa no era la misma. Había sido marcada. No solo en cuerpo, sino en alma. Y aunque no lo sabía del todo... lo peor no era lo que venía. Lo peor era lo que deseaba.