Oscura Tentación: Capítulo 3

🩸Solo mía

"Hay huellas que no se borran... aunque parezcan un sueño"

Elisa despertó con la garganta seca y los párpados pesados. Estaba desorientada, durante unos segundos, el techo de su habitación le pareció desconocido. Parpadeó lentamente, estaba en un estado de ensoñación. ¿Dónde había estado? ¿Qué había pasado? Todo en su cuerpo la empujaba hacia una única respuesta: un sueño.


Un sueño que la había hecho arder por dentro. Se incorporó, sintiendo una mezcla de calor y vértigo en la base del vientre. Caminó hacia el baño, con la mente nublada por imágenes dispersas. Luces tenues, una cama con sábanas de seda, una mirada dorada que brillaba entre sombras, el terciopelo violeta de las paredes...


Al encender la luz, vio su reflejo en el espejo. Estaba pálida, con el cabello revuelto y los labios ligeramente hinchados. Entonces lo vio. Un pequeño arañazo, en la curva de su cuello. Una herida apenas superficial... pero bastó para que todos los recuerdos volvieran como una ráfaga. Su cuerpo se anticipó a su mente: el roce de los dedos de Armand, su lengua cálida, la forma de mirarla mientras la penetraba con una mezcla de deseo y adoración un tanto oscura.


Llevó los dedos al cuello, y una corriente eléctrica la recorrió. Cerró los ojos y se apoyó en el lavabo. Las imágenes volvieron con fuerza: su cuerpo arqueado bajo el suyo, el susurro de una voz grave, una confesión entre jadeos y caricias.


Soy un vampiro. 

Y aún así lo deseaba.


Se llevó las manos entre las piernas. Sintió su humedad. Acarició su sexo con lentitud, reviviendo cada movimiento de Armand, cada gemido. Sus dedos se movieron, como si su cuerpo le suplicara revivir aquella noche. El placer creció rápido, incontrolable. Arqueó la espalda, mordiéndose el labio, hasta sentir que un orgasmo se apoderó de ella. Jadeó sola... y aún así, profundamente.


Se metió en la ducha que le devolvió a la cordura. El agua lavó el sudor pero no el deseo. Se vistió con ropa cómoda, tomó un café, y trató de retomar la rutina del día. El trabajo la esperaba. Correos, reuniones... pero Armand estaba ahí. En cada pensamiento. No podía sacarlo de su mente.


No sabía si lo volvería a ver. Y eso la inquietaba.


La noche cayó sin que se diera cuenta. Elisa volvió a casa, cansada, con el cuerpo en automático. Cerró la puerta, dejó el bolso en el perchero de la entrada... y entonces lo sintió. La energía. La presencia. Se dirigió lentamente hacia el salón.


Y allí estaba. Armand. Sentado en su sofá, como si el tiempo no hubiera pasado. Camisa blanca, mirada ardiente, relajado pero en alerta. Como un depredador que ha encontrado su presa.


—¿Cómo has entrado? —preguntó Elisa, casi sin aliento.


—No hay puertas para mí —respondió él, con una sonrisa.


Ella no dijo nada más. Lo observó unos segundos. Seguía siendo él. Era real.


—No fue un sueño, ¿verdad?


—No —respondió Armand. Se acercó con calma. —Lo que viviste fue real. Y apenas hemos empezado.


Se detuvo a pocos centímetros. Elisa sintió el calor subir por su pecho, mezclado con una excitación que no podía ni quería disimular.


—Quiero entender —dijo, mirándolo a los ojos—. ¿Qué eres realmente?


Armand levantó una mano y acarició su mejilla suavemente.


—Soy lo que viste. Lo que sentiste. Vivo en la oscuridad... pero contigo, es diferente. Hay un vínculo. Algo que no se da con facilidad. Y si tú lo permites irá más allá del deseo.


Elisa temblaba. No por miedo, sino por la intensidad de sus palabras, de su mirada de deseo.


—No quiero entender. Solo quiero seguir sintiendo —dijo ella.


—Entonces no hablemos más —respondió Armand con una sonrisa. Y sus labios se fundieron en los suyos como una llamarada.


Elisa se quedó inmóvil unos segundos después del beso. Sentía el calor de sus labios. Armand la observaba, con esa forma que parecía desnudar el alma.


—Quiero que me cuentes más —susurró ella, acariciando su pecho por encima de la camisa. Armand asintió.


—Lo que sabes sobre nosotros... lo que has visto en el cine o leído en novelas... no se acerca a la realidad.


—¿No dormís en ataúdes? —preguntó ella sonriendo.


—Solo cuando el día ha sido demasiado largo —respondió él devolviéndole la sonrisa antes de continuar con un tono más íntimo. No, no dormimos en ataúdes, ni vamos por ahí desangrando humanos. No necesitamos tanto. Tan solo un poco de sangre... compartida en momentos de intensidad es suficiente para mantener nuestra fuerza y vitalidad. Por lo demás nos alimentamos como vosotros, pero también nos alimentamos del deseo, de las emociones. Eso nos une más a los vivos de lo que muchos creen.


Elisa lo escuchaba con los ojos bien abiertos, entre la curiosidad y el asombro. 


—¿Y el club Demons?


—Es una guarida, un refugio. Allí convivimos con algunos humanos seleccionados, que sienten que no encajan en vuestro mundo, y con nosotros son libres de entregarse al placer sin máscaras. No soy el único. Hay más como yo. Algunos más antiguos... otros más salvajes. Pero todos vivimos entre los humanos desde hace siglos. Observando. Participando. Cuidando nuestro secreto. Solo lo desvelamos a quien consideramos especial. 


Elisa tragó saliva. Cada palabra de Armand abría una puerta nueva dentro de ella. El mundo que creía conocer era apenas la superficie.


—¿Y por qué me has elegido a mí?


Armand se acercó, posando su frente con la de ella.


—Por que en ti hay una oscuridad dormida, pero vibrante. Esperando. Y porque no me temes. Me deseas... incluso sabiendo lo que soy.


Ella lo miró fijamente, y en ese momento comprendió que no había vuelta atrás. Cuerpo, mente y deseo eran suyos.


—¿Y si decido acompañarte en todo esto?


—Entonces, con el tiempo, te lo revelaré todo. Los ritos, las alianzas, los peligros. Pero esta noche, es solo tuya y mía.


Armand la levantó en brazos sin esfuerzo. La llevó hasta su dormitorio. Soltó su melena, que llevaba recogida, y la desvistió lentamente. Cada prenda caía al suelo, dejando su cuerpo al desnudo. Elisa respiraba entrecortadamente, su piel erizada antes de ser tocada. La giró quedando de espaldas a él. Sus labios comenzaron a besar su cuello, mientras sus manos firmes acariciaban su cuerpo, rodeando sus pechos, posando sus dedos en sus pezones, bajando suavemente por su vientre, buscando la humedad de su sexo. Sus labios eran puro fuego sobre su cuello. Elisa estaba deseosa. Gemía con cada caricia.


La giró nuevamente, sus miradas se cruzaron, Elisa volvió a ver esa mirada dorada llena de ansia y deseo. Armand la recostó sobre la cama. Se arrodilló frente a ella, adorando cada centímetro de su cuerpo. Sus labios se posaron en su vientre, descendiendo con lentitud hasta su sexo, que ya palpitaba. La lengua de Armand fue firme, delicada pero devastadora. La lamía con una maestría inhumana, sintiendo cada estremecimiento, cada gemido que arrancaba de sus labios.


Elisa se retorcía sobre las sábanas, sus dedos enredados en el cabello oscuro de él, sus caderas buscando más. Él la sostuvo con fuerza, marcando el ritmo, llevándola al borde y retrocediendo, controlando su placer. Y cuando Elisa gritó su nombre, él subió por su cuerpo. Se desnudó frente a ella, dejando ver su cuerpo firme, perfecto. Sus ojos dorados brillaban en la penumbra. Elisa le rodeó la cintura con las piernas, y él se deslizó dentro de ella con una lentitud insoportable, llenándola por completo. Gimió de puro éxtasis. 


El ritmo fue lento al principio. Profundo. Luego fue acelerando, llevándolos a ese lugar donde no hay pensamiento, solo calor y vértigo.


Elisa sentía que se deshacía bajo él. Entonces, Armand se inclinó sobre su cuello, sus colmillos apenas visibles bajo la sonrisa. Con voz grave, le pidió permiso.


—¿Puedo? —susurró.


—Sí... respondió ella sin dudar, con los ojos cerrados.


Y en pleno clímax de placer, cuando su cuerpo se arqueó buscando el cielo entre gemidos, sintió la mordida.


No fue dolor. Fue un estallido de sensaciones. Una corriente cálida y eléctrica, que la atravesó desde el cuello hasta el alma. Su orgasmo se convirtió en algo más: una rendición completa, un viaje más allá del cuerpo.


Armand la abrazó fuerte mientras bebía apenas unos sorbos de su sangre. Lo justo. Lo necesario. Lo íntimo. Cuando se separó, lamió la herida con ternura, sellándola con un beso.


Entonces se inclinó a su oído, su voz era un eco lleno de deseo:


—Ahora sí eres solamente mía.


La noche los envolvió una vez más. Pero esta vez, Elisa no era la misma. Había sido marcada. No solo en cuerpo, sino en alma. Y aunque no lo sabía del todo... lo peor no era lo que venía. Lo peor era lo que deseaba.

Oscura Tentación: Capítulo 2

🩸Entregada a la oscuridad 

"Hay placeres que solo se descubren cuando apagas el miedo"

Tras el encuentro en la sala Elisa no sabía que, al cruzar esa puerta, no solo se rendiría al deseo, sino a lo prohibido. Armand tenía secretos, y ella estaba dispuesta a descubrirlos... incluso si eso significaba caer más profundo en su propia oscuridad.


Armand toma la mano de Elisa y la conduce a otra habitación. No es una simple estancia: es un santuario del deseo. La luz tenue de las velas proyecta sombras en las paredes tapizadas de terciopelo violeta. El aire está impregnado por el aroma a incienso y algo más que la hace sentirse más viva, más sensible. Un espejo ocupa un rincón, un diván de cuero negro espera en otro, y al centro, una cama de columnas con sábanas de seda parece llamarla por su nombre.


—¿Confías en mí, Elisa? —pregunta Armand, junto a la puerta cerrada.


Elisa lo mira. En sus ojos hay deseo, pero también algo más profundo… sumisión, entrega, algo que no había sentido nunca.


—Sí —responde apenas susurrando.


Armand se acerca a ella. Sus dedos recorren lentamente la piel de sus hombros. No hay prisa. Solo una tensión que crece entre ellos.


—Esta noche quiero que explores tus deseos. Que me dejes guiarte. Sin miedo. Solo placer e instinto —dice con suavidad, mientras la lleva hacia el centro de la habitación.


Elisa asiente.


Armand la desnuda poco a poco. Cada prenda cae como una ofrenda. La contempla con una intensidad que le corta la respiración, pero no dice nada. Solo acaricia, roza, explora. La hace recostarse sobre la cama, y sus manos se deslizan por sus muslos, su vientre, sus pechos, despertando olas de placer que la hacen arquearse y gemir con cada caricia.


Entonces, sus labios se posan sobre su cuello con ternura. Elisa lo siente: un roce distinto. Más agudo. El corazón le da un vuelco.


—¿Armand? —susurra, sin apartarse, pero sin poder evitar el estremecimiento.


Él se separa para mirarla. Sus ojos ya no son marrones oscuros… ahora tienen un brillo dorado.


—No quiero que te asustes —murmura él—. Pero necesito que sepas quién soy. Lo que soy.


Elisa guarda silencio. El pulso acelerado, el deseo mezclado con temor que, lejos de apagarla, la enciende aún más. Lo sabe. Siempre supo que había algo extraño en él.


—Soy un vampiro —dice Armand.


Sus manos no se han apartado de ella. Siguen acariciándola, envolviéndola en esa calma oscura que solo él puede ofrecer.


—Puedo parar si quieres —añade.


Pero Elisa, sin apartar la mirada, se inclina hacia él y le susurra al oído:


—No. Quiero más. Lo quiero todo.


Elisa vuelve a recostarse, y Armand se sitúa a su lado. La observa unos segundos más. Luego, su boca vuelve a su piel, pero esta vez hay una intensidad distinta, más profunda. Sus labios descienden por su clavícula, la lamen con lentitud, provocando espasmos de placer. Sus manos se mueven como si conocieran su cuerpo mejor que ella misma.


Elisa cierra los ojos. Cada roce de Armand le produce una corriente. Él se toma su tiempo, rodeando sus pechos con la lengua antes de atraparlos suavemente entre los labios, succionando, haciéndola gemir.


Su mano baja lentamente por su vientre, hasta rozar su humedad.


—Estás temblando —susurra Armand, sin dejar de mirarla.


—No de miedo —responde ella con voz temblorosa. Llena de deseo.


Él sonríe complacido, y deja que sus dedos se deslicen entre sus pliegues, acariciando con maestría. Elisa se arquea, sus caderas lo buscan. Sus dedos entran en ella, mientras sus labios la besan, la dominan, la envuelven por completo.


Entonces, Armand se arrodilla entre sus piernas. Su lengua reemplaza a sus dedos, descendiendo hasta su centro, lamiendo con precisión. Elisa gime. Siente que el mundo se reduce al calor de su boca, al gemido contenido.


Y justo cuando está al borde del clímax, Armand se detiene.


—Todavía no —murmura. Esta noche te voy a enseñar lo que es rendirse.


La gira con delicadeza, colocándola boca abajo sobre la cama. Sus labios recorren su espalda, besándola vértebra por vértebra, hasta llegar a la curva de sus caderas. Luego la vuelve a girar, quiere ver su rostro, sus ojos encendidos de deseo.


Se alza sobre ella, y mirándola fijamente, toma su erección en una mano y la guía hasta su entrada. La penetra despacio. Elisa lanza un suspiro largo, tembloroso, mientras su cuerpo se amolda al de él.


—Mírame —ordena Armand con voz grave.


Ella lo hace. Y entonces, en medio del vaivén lento de sus cuerpos, lo ve: sus colmillos asoman apenas, blancos, afilados, peligrosos. Y sin embargo, no puede apartar la vista. Esa visión le produce una ola de placer aún más profunda.


—Eres fuego —dice él. Y esta noche, arderás para mí.


Aumenta el ritmo, con movimientos intensos. Elisa se aferra a su espalda, a sus hombros, a lo único que puede sostenerla mientras su cuerpo se disuelve en placer. Él la roza suavemente en el cuello, sin perforar la piel, apenas rozándola, como si quisiera saborearla sin romperla.


—Dame más… —gime ella. En su voz hay un tono de entrega completa.


El orgasmo la arrasa con fuerza. La sacude desde dentro. Armand la sigue, su cuerpo se tensa mientras se descarga dentro de ella con un gemido oscuro, gutural.


Sus cuerpos quedan entrelazados, el sudor mezclado, los corazones latiendo con fuerza. Él la besa con ternura en la frente, como si acabaran de sellar un pacto.


—Ahora ya lo sabes —dice él en voz baja. No soy humano. Pero contigo… me siento más vivo que nunca.


Elisa, aún jadeando, lo mira. No dice nada. Solo lo besa, con los labios aún ardientes de placer.


No necesita entenderlo todo.


Solo sabe que ha cruzado un umbral, y que ya no hay marcha atrás.


"La noche los envuelve, y con ella, el comienzo de una entrega que va más allá del cuerpo. Porque hay placeres que solo nacen en la oscuridad".

Oscura Tentación: Capítulo 1

🩸La noche con Armand

Elisa recibe una invitación al club Demons. Allí, una presencia magnética la atrae. Se trata de Armand, su anfitrión. Despierta en ella un deseo oscuro y ardiente. No imaginaba lo que estaba a punto de vivir.

*****

Elisa sostiene la invitación entre sus manos, una tarjeta elegante con letras doradas que brillan bajo la luz de su lámpara. Club Demons. Un nombre misterioso que despierta su curiosidad. La firma: Armand. No sabe quién es, pero hay algo que la atrae, algo que la impulsa a aceptar.


La noche del evento, Elisa elige un vestido negro ceñido que realza sus curvas y unos tacones altos que le dan un toque de elegancia. Su melena morena cae sobre los hombros y sus ojos azules brillan entre la emoción y el nerviosismo. No sabe qué esperar, pero está decidida a descubrirlo.


El club Demons está en una calle oscura y poco transitada. Su fachada, de piedra negra, parece absorber la luz. Las puertas se hierro forjado, con detalles dorados, se abren cuando Elisa se acerca, emitiendo un suave chirrido, como si la invitaran a entrar. En el interior predominan las luces tenues, la música suave y un ambiente cargado de misterio. El aire huele a una mezcla de canela y algo más...  algo indefinible, que le provoca un cosquilleo en la nuca.


Mientras avanza por la sala principal, nota miradas que se posan sobre ella. Se siente el centro de atención sin buscarlo. Trata de ignorarlo, concentrándose en encontrar a Armand. De pronto, una voz profunda y cálida suena a su lado:


—Elisa, me alegra que hayas venido. 


Se gira y se encuentra con Armand. Un hombre alto de presencia imponente. Moreno, con unos ojos marrones que la miran con una intensidad que la hace sentirse desnuda. Lleva un traje negro y su sonrisa es tan enigmática como el resto de su persona.


—Gracias por la invitación —responde Elisa, manteniendo la compostura a pesar de la extraña sensación que le provoca su presencia.


Armand toma su mano con naturalidad; sus dedos largos y cálidos envuelven los suyos. Hay algo en su tacto que provoca un escalofrío placentero por su espalda erizando su piel.


—Es un honor tenerte aquí —murmura, acercándose un poco más—. Esta noche es especial y quería compartirla contigo.


Elisa siente como su corazón se acelera. Hay algo en Armand que la atrae, algo inexplicable que la hace sentir excitada y segura a la vez.


—Me alegra estar aquí —confiesa. 


Armand sonríe. Es una sonrisa que parece contener cientos de secretos. Se inclina hacia ella, su aliento roza su oído cuando le susurra:


—Esta noche, serás mía.


Las palabras retumban en su mente, provocándole un escalofrío de placer. No sabe qué pensar, pero la idea no le asusta. Al contrario, la hace sentir viva de una manera que nunca había experimentado.


—¿Vamos a tomar una copa? —propone Armand, con su voz suave y seductora.


Elisa asiente, dejándose guiar por él a través del club. El ambiente parece cambiar misteriosamente, como si conspirara para unirlos. Llegan a una puerta al fondo del salón. Armand la abre con un gesto elegante. Dentro, la sala es un oasis de lujo: muebles de cuero negro, velas aromáticas y una botella de vino tinto sobre una mesa.


—Siéntete como en casa —dice él.


Elisa se sienta en el sofá que le indica. Armand sirve dos copas de vino antes de sentarse a su lado, más cerca de lo que ella esperaba. El aroma afrutado del vino es tentador, pero lo que realmente la embriaga es la cercanía de Armand.


—Cuéntame más sobre ti, Elisa —dice, con sus ojos fijos en los suyos. 


Ella trata de responder, pero las palabras no logran salir. Hay algo en su mirada que la hace sentirse vulnerable.


—No soy muy interesante —murmura, bajando la vista a su copa.


—No estoy de acuerdo —dice él, riendo suavemente. Toma su mentón con delicadeza, obligándola a mirarlo—. Eres maravillosa, Elisa. Y esta noche voy a demostrártelo.


Antes de que pueda responder, Armand se inclina hacia ella. Sus labios se funden en un beso suave pero firme. Elisa se derrite bajo su contacto; su cuerpo reacciona con una intensidad que no puede controlar. Sus manos se deslizan por su espalda, atrayéndola hacia él. Ella se deja llevar, siente cómo su deseo crece.


Armand la recuesta sobre el sofá, su cuerpo la cubre como una sombra protectora. Sus besos son tiernos e intensos, explorando cada rincón de su boca antes de descender por su cuello, dejando una estela de fuego. Elisa gime suavemente, rindiéndose a la sensación.


—¿Confías en mí? —murmura Armand contra su piel, su aliento es cálido. 


—Sí —responde Elisa sin dudar, con la voz cargada de deseo.


Armand sonríe, sus dientes rozan su piel provocándole un temblor. Con movimientos fluidos, desciende aún más, sus labios y lengua exploran cada curva. Elisa se arquea, el deseo la consume. Armand desabrocha su vestido y lo desliza por sus hombros, dejando su cuerpo expuesto.


Él la observa con intensidad, recorriendo su piel con la mirada.


—Eres hermosa —susurra con admiración.


Elisa enrojece, pero no aparta la mirada. En sus ojos se siente única, deseada como nunca antes. 


Armand se pone en pie y se desabrocha la camisa, revelando un torso firme. El deseo de Elisa crece.


—Tócame —dice con un susurro ronco.


No necesita más. Sus manos recorren su piel, sintiendo como reacciona ante su tacto. Armand cierra los ojos dejando escapar un gemido contenido.


Con un gesto rápido él la gira y la coloca sobre él. Sus cuerpos se presionan. Elisa siente su erección firme contra el abdomen y sonríe.


Lleva sus manos a la espalda para quitarse el sujetador. La forma en que Armand la mira, la toca, la envuelve en una sensación de entrega. No quiere estar en ningún otro lugar.


Sus labios se encuentran de nuevo. Esta vez el beso es voraz. Se devoran. Armand la levanta ligeramente, posicionándose.


—¿Estás lista? —murmura con deseo.


—Sí —responde ella.


Armand la penetra lentamente. La llena por completo,  arrancándole un gemido. Se mueven al compás, conectados en cuerpo y alma. Cada embestida los acerca más.


El aire se llena de sus gemidos, de la música suave. Elisa se entrega, se deja llevar por una pasión que nunca había sentido.


—Mírame —ordena él, sin dejar de moverse.


Elisa obedece. Sus miradas se funden en un vínculo más profundo que el deseo. 


—Te deseo —confiesa Armand—. Desde que te vi, supe que eras tú. Tenías que ser mía.


—Y yo tuya —responde ella—. Esta noche y todas las que sigan.


Se besan con pasión, los cuerpos se aceleran. El clímax los envuelven. Elisa sabe, sin lugar a dudas, que su historia con Armand no ha hecho nada más que empezar.


La noche es larga, y el club Demons está lleno de secretos por descubrir.

Clase privada

Mara no tenía un propósito ese día, pero sin esperarlo iba a cumplir su fantasía con Sergio.

Mara llegó al gimnasio como cada jueves, con el cabello recogido en una coleta improvisada. A diferencia de otros días, esta vez no la acompañaban sus amigas. Habían cancelado a última hora, pero ella no quiso perderse la clase de pilates. O tal vez no quiso perderse a Sergio.


Él ya estaba en la sala, colocando la música. Un chill out envolvente comenzó a llenar el ambiente con sus notas lentas y sensuales. Sergio se giró hacia ella al notar su llegada. Su mirada azul, profunda e imperturbable, se clavó en la suya. Bastó ese cruce de ojos para que a Mara le recorriera un escalofrío. Siempre le había parecido atractivo, pero ese día… había algo diferente.


—¿Vienes sola? —preguntó él, con una sonrisa ligera.


—Sí —respondió, quitándose la chaqueta—. Mis amigas no han podido hoy… y a mí no me apetecía nada faltar a tu clase.


Sergio asintió con una expresión enigmática. Luego, dio comienzo a la sesión. Los movimientos suaves y las posturas que exigían estiramientos lentos generaban una tensión inesperada en el ambiente. La música, la respiración controlada, la luz tenue… encendían algo más que los músculos.


De pronto, Mara soltó un gemido ahogado.


—Ay… —jadeó—. Me ha dado un tirón en el muslo.


Sergio se acercó de inmediato y se agachó junto a ella.


—¿Te duele mucho? —preguntó.


—Bastante —dijo ella, conteniendo el gesto.


Él apoyó una mano en su pierna y comenzó a masajear con firmeza. Sus dedos se deslizaban lentos, cálidos. Mara sintió un calor distinto encenderse bajo su piel. El roce, el olor de su piel, el timbre grave de su respiración tan cerca... todo le provocaba un deseo incontrolable.


Sergio levantó la vista. No necesitó palabras para leer en sus ojos. Caminó hasta la puerta y echó el pestillo.


Cuando volvió junto a ella, algo había cambiado. Sus miradas se fundieron como brasas encendidas. Sergio se inclinó y rozó sus labios con los suyos, despacio al principio, como si pidiera permiso. Mara respondió con hambre, con un beso que creció rápido, profundo, mientras sus manos subían por su camiseta, acariciando sus pechos por encima de la tela.


Mara alzó los brazos y se deshizo de la prenda. Sus pezones se erizaban al contacto con el aire. Sergio se los bebió con la mirada y luego con la boca. Su lengua dibujó círculos húmedos mientras ella jadeaba y se aferraba a su nuca.


—Dime si quieres que pare —susurró él al oído.


Mara no respondió con palabras. Le quitó la camiseta, sus dedos acariciaron la piel de su pecho y bajaron por su abdomen.


—Hace mucho que pienso en esto —confesó entre suspiros.


Sergio la tumbó sobre la esterilla, le bajó lentamente el pantalón deportivo y luego las braguitas. Sus dedos recorrieron su piel, acariciando con ternura y deseo hasta llegar a su centro. Sintió su humedad. Comenzó a acariciar su clítoris con suavidad, con ritmo. Mara gimió, se arqueó y buscó su boca.


Los dedos de Sergio se deslizaron dentro de ella, profundos, húmedos, firmes. Cada movimiento arrancaba un nuevo gemido de su garganta. Sus cuerpos se buscaban sin prisa pero deseosos.


Él se desnudó por completo y se colocó sobre ella. La penetración fue un suspiro. Los movimientos de Sergio eran intensos, marcados por el ritmo de la música y el de sus cuerpos que se entrelazaban.


La embestía con fuerza y placer, mientras su boca se apoderaba de sus pezones con una voracidad deliciosa. Los gemidos de Mara llenaban la sala, haciéndose uno con la música de fondo.


La intensidad creció como una ola. Sus espaldas arqueadas, sus jadeos acelerados, los suspiros entrecortados… todo los llevó hasta el borde. Y allí, entre estocadas profundas y miradas, el orgasmo los envolvió en una explosión de fuego compartido.


Quedaron tumbados sobre la esterilla, sudorosos, respirando al unísono. El chill out seguía sonando como si nada hubiese ocurrido. Pero en ese rincón del gimnasio, el mundo había temblado.


Pasaron unos minutos en silencio. Después, con la misma naturalidad con la que se habían desnudado, comenzaron a vestirse sin decir una palabra más. Sergio volvió a la puerta y retiró el pestillo. Mara se recogió el cabello, como si se preparara para salir a la calle tras una simple clase.


—¿Todo bien? —preguntó él, como si sólo hablara del tirón.


—Perfectamente —respondió ella, con una sonrisa que decía mucho más—. Hasta el martes, profe.


Sergio asintió. La observó alejarse, segura, ligera. La puerta del gimnasio se cerró tras ella. Y todo quedó en calma.


Como si nada hubiera pasado.

Bienvenidos a Ecos Eróticos

Un espacio donde el deseo se escribe con elegancia y el placer se transforma en palabra. Aquí cada relato es una invitación a explorar los límites de la pasión, a dejarse llevar por el susurro de lo prohibido... a escuchar el eco del deseo y el erotismo resonar en tu interior.



Eros y Jade: Capítulo 4

A su merced



El sonido de su voz erizó mi piel, un escalofrío serpenteó por mi espalda.

—Ve a la habitación  —ordenó Eros, sin apartar la mirada del libro que leía.

En ese momento mi corazón se empezó a acelerar, mi cuerpo obedeció antes que mi mente. Sabía lo que significaba esa orden y lo que me esperaba. Y lo deseaba más de lo que me atrevería a confesarle en voz alta.

Entré en la habitación de los juegos. La penumbra envolvía la estancia, las sombras del mobiliario se dibujaban en la pared: la cruz, las cuerdas, la cama con argollas. Me detuve al pie de esta y me desnudé lentamente, tal como Él me había enseñado, sintiendo cómo el deseo escalaba por mi columna.

Escuché sus pasos antes de verlo.

Eros entró y cerró la puerta tras de sí. Su mirada profunda, de color café me recorrió entera. Sonrió.

—Súbete —dijo con voz baja, rotunda.

Lo hice. La sábana de lino acariciaba mi piel desnuda. Él tomó sus cuerdas de seda negra —las que sólo usaba conmigo— y me ató lentamente, una muñeca a cada extremo del cabecero, luego los tobillos. Quedé abierta ante Él, expuesta, vulnerable... Deliciosamente indefensa.

Sus dedos acariciaron mi muslo, suaves como si me dibujara. Luego sus labios me besaron el vientre, lento, profundo, y sentí que me derretía bajo su boca.

—Hoy no puedes pedirme nada —murmuró—. Solo vas a recibir.

Intenté responder, pero su mirada me silenció. No hacía falta. Él ya me conocía demasiado bien.

Tomó uno de sus juguetes favoritos: un vibrador, que colocó justo donde sabía que podía torturarme dulcemente. Lo encendió en el nivel más bajo. Mi cuerpo se estremeció. Jadeé, me arqueé sin poder evitarlo. Eros lo deslizó entre mis labios hinchados, lo mantuvo en mi clítoris unos segundos... luego se alejó, dejándome temblando.

—Tu cuerpo me pertenece —susurró.

Y entonces me azotó. Su mano golpeó con firmeza la carne de mis muslos, mis nalgas, dejando un calor que se mezclaba con el placer que el vibrador no dejaba de provocar. Cada impacto era una muestra de su poder, y yo lo recibía con un gemido, entregada a Él con absoluta pertenencia.

Me besó de nuevo, esta vez en la boca. Mordió mi labio inferior mientras sus dedos, cubiertos de mi humedad, trazaban círculos sobre mi sexo, encendiendo mi tormento. Yo temblaba bajo Él, húmeda, entregada.

—No vas a correrte todavía —dijo, y apagó el juguete.

Un gemido se me escapó, ansioso. Él rió. Esa risa que siempre consigue que me derrita aún más.

Me observó un momento. Luego se desabrochó el pantalón, y cuando sentí la punta de su sexo rozar mi entrada, se me escapó un suspiro profundo. Me penetró de una sola vez, con firmeza. Se quedó dentro de mí, sin moverse, mientras yo luchaba inútilmente contra las cuerdas.

—Esto es mío —dijo, mientras empezaba a moverse—. Tú eres mía.

Asentí entre gemidos. No podía articular palabras. Sólo sentir mi cuerpo incendiado. Sus manos agarraban mis caderas. Y yo gritaba, imploraba que no se detuviera.

Me dio su permiso.

—Ahora, Jade. Déjate llevar.

Y me corrí. Me corrí con todo el cuerpo, con fuerza, con la espalda arqueada. Él me siguió, derramándose dentro de mí mientras mi cuerpo temblaba bajo el suyo, todavía atado, todavía suyo.

Se quedó unos segundos encima, respirando contra mi cuello.

Luego me desató con ternura, besando cada marca que las cuerdas habían dejado sobre mi piel.

Y en ese instante, con el susurro de nuestros gemidos aún flotando en el aire, supe que no había lugar más seguro que a su merced.


Eros y Jade seguirán recorriendo los senderos del deseo hasta la siguiente fantasía.

Jade©️ 
 

Eros y Jade: Capítulo 3

El regalo


Las sesiones con Eros eran intensas, salvajes, adictivas.

Mis ansias de placer parecían no tener límite, y eso solo alimentaba aún más su deseo.

Oírme gemir bajo cada azote, estremecerme con cada embestida, le confirmaba que estaba lista: había llegado el momento de portar el símbolo de su propiedad.

Ese día era especial.

Me citó en la habitación de los juegos, nuestro santuario de secretos y rendición.

Ya no era la inexperta de antes; mi cuerpo y mi mente sabían cuál era mi lugar.

Le esperé desnuda y de rodillas, como mandaba nuestro ritual. Al acercarse, bajé la mirada y besé su mano, sintiendo cómo mi piel se erizaba ante su sola presencia.

El deseo me abrasaba, hambrienta de su dominio, ansiosa de sus órdenes, dispuesta a abandonarme a él sin reservas.

Eros sonrió, y de sus manos surgió el regalo: un collar de sumisión, una marca sagrada que sellaría mi entrega definitiva. Con gesto solemne, me lo colocó alrededor del cuello.

Yo temblaba de emoción, de anhelo. Él podía sentirlo. Sabía que mis ganas de complacerle eran infinitas, que en ese momento me pertenecía más que nunca.

Ese día sellamos algo más que un ritual: marcamos un nuevo avance en nuestra relación de Amo y sumisa, donde la confianza, el deseo y la entrega absoluta se entrelazaban como cadenas invisibles.

"Ese collar no era solo un adorno; era la prueba de que mi cuerpo, mi alma y mis deseos le pertenecen por completo."

Jade©️

Eros y Jade: Capítulo 2

La Iniciación 


"Toda sumisa necesita ser doblegada al menos una vez... para saber a quién pertenece."

Después de nuestro primer trío, supe que Jade estaba lista para explorar terrenos más oscuros. Le propuse iniciarnos en la dominación y la sumisión. Sus ojos brillaron cuando aceptó.

La cité en un restaurante. El juego empezaba mucho antes de llegar a la cama.

Aquella noche, su desafío merecía una lección.

—Eres inexperta, y eso no es excusa —le susurré, inclinándome hacia ella—. Has elegido entrar en mi mundo. Un mundo donde no hay espacio para dudas ni resistencia. Aquí, yo soy Tu Señor. Y tú, mi propiedad. Tu cuerpo, tu alma, tu voluntad... ahora me pertenecen.

Ella agachó la cabeza, sumisa.
—Sí, Mi Señor. Perdóneme.

—Si ordeno que te arrodilles, lo harás. Si te pido que te desnudes en público, obedecerás. Si quiero que ladres como una perra hambrienta de deseo, obedecerás. No hay excusas. ¿Está claro?

—Sí, Mi Señor.

Me acerqué a su oído, dejando que mi aliento la estremeciera.

—Durante la cena me desobedeciste. Me negaste algo que ya no es tuyo: tu pudor, tu ropa, tu voluntad. Escucha bien: mi placer no reside únicamente en tomarte, en saborear tu cuerpo. Mi mayor deleite es quebrar tu resistencia, moldearte a mi deseo. Eres mía, Jade. Y no permitiré que lo olvides.

Sus labios temblaban, pero su voz fue firme:

—Acepto, Mi Señor. Por favor, castígueme. Déjeme demostrarle que puedo ser la sumisa que usted merece.

—Muy bien. Esta noche recordarás quién manda.

Arranqué sus bragas con un gesto firme, esas que se había negado a entregarme durante la cena. La doblegué sobre el respaldo del sofá, atando sus muñecas. Tiré de su cabello, obligándola a alzar el rostro mientras mi otra mano recorría la humedad que ya empapaba su sexo. Gemía, ansiosa, perdida.

La castigaba con cada azote en su trasero perfecto, firme, que se coloreaba bajo mis golpes. Jade se retorcía entre gemidos de dolor y placer, suplicante, adicta a la humillación y la entrega. Cuando estuvo a punto de quebrarse, me detuve.

—Vístete —ordené, implacable—. Esta noche no mereces que te regale un orgasmo.

Su respiración temblaba mientras obedecía, envuelta en una dulce frustración.

Así inicié a Jade como sumisa, sellando la primera marca invisible de nuestra entrega mutua en el oscuro y adictivo mundo de la dominación y la sumisión.

"Esa noche, Jade entendió que el placer verdadero empieza cuando dejas de ser dueña de ti misma."

 

Baile de máscaras 2024/2025

Encuentro  Violeta


Llegué a casa tras una dura jornada de trabajo, abrí el buzón del correo y entre la correspondencia un sobre violeta que contenía una invitación.
"Querida Jade queda invitada al baile de máscaras que dará lugar el día de Nochevieja a las 20 h en mi mansión ubicada en calle Paraíso, 30. Espero su asistencia, si acepta la invitación debe llevar máscara, vestido largo negro y zapato de tacón". 
Atentamente León Dom.

Un nuevo año estaba invitada al evento donde Amos y sumisas se daban cita en un baile que era algo más, un lugar donde dar rienda suelta a la imaginación y a los placeres de Dominar y ser dominadas.
Todavía faltaban unas horas que aproveché para darme una ducha y arreglarme para la ocasión, lencería fina de encaje color negro y como decía la invitación un vestido largo negro y máscara.

Una vez vestida llamé un taxi y me dirigí a la mansión.

Cuando llegué habían dos guardas de seguridad en la puerta, di mi nombre y después de buscarme en la lista de invitados abrieron la puerta y me dieron paso al gran salón de la mansión. Cómo era de esperar caballeros y damas conversaban y bebían en el gran salón. El anfitrión salió a recibirme con una copa de champán que me ofreció para brindar con él.
—Me alegro que hayas aceptado la invitación, ya sabes que puedes hacer uso de cualquier estancia de la casa.
—Gracias Mi Señor, es un honor estar aquí, espero que me reserve un baile.
—Por supuesto mi querida Jade, te reservo algo más que un baile.
En ese instante su mirada que revelaba deseo se clavó en mí y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

León se alejó y yo me quedé en el salón entablando conversación con alguna de las invitadas a las que ya conocía de otras reuniones.

Me dirigí a la barra a por otra copa de champán y me fui a dar una vuelta por la mansión, había un largo pasillo con numerosas obras de arte la mayoría eróticas, visité la biblioteca, había libros de toda clase que incluían como no un apartado de literatura erótica. Salí de la biblioteca y continué caminando por el largo pasillo hasta llegar a una habitación cuya puerta era violeta. La habitación estaba abierta, así que no dudé en entrar, quedé ensimismada, aquella debía ser la habitación donde el Amo León llevaba a sus sumisas, había juguetes de todo tipo, las paredes de la habitación eran violeta al igual que la puerta de entrada, en una de las paredes una leyenda decía "Abandónate al placer, déjate llevar por tus deseos más oscuros". De repente sentí una presencia tras de mí.

—¿Estás dispuesta? me preguntó.
Cuando me di la vuelta allí estaba él, León, a través de su máscara podía ver su mirada llena de deseo, y no podía sentirme más alagada por ser la elegida esa noche.
—Sí Mi Señor, le respondí bajando la cabeza en señal de respeto.
—Arrodíllate ante mí. 
Y así lo hice, me arrodillé ante Mi Señor siempre cabizbaja como se espera de una buena sumisa.
Cogió mi barbilla levantando mi rostro todavía cubierto por la máscara, me la quitó y con sus dedos dibujó la silueta de mis labios para después besarlos.

—Desnúdate y hazte una trenza en el pelo, me ordenó mientras él se dirigía a un sillón.
Me quité el vestido y toda la ropa interior trenzando mi pelo como me ordenó quedando postrada ante él con su atenta mirada en la desnudez de mi cuerpo. Cogió su fusta y recorrió mi cuerpo lentamente acariciando mi cuello bajando entre mis pechos rodeando mis pezones que se pusieron erectos al momento. Bajó hasta mi sexo húmedo ansioso de ser tomado, me dio un pequeño azote con la fusta y sentí un torrente bajar por mi entrepierna, él se dio cuenta y mojó sus dedos en mi esencia llevándolos a mi boca para después besarla.

León se levantó y se puso ante mi liberando su erguida virilidad, con la fusta acarició mi cara, agarró mi cabeza y la llevó hacia él, comencé a acariciar toda su carne con mi lengua ansiosa de saborearla, de repente anunciaban las campanadas de fin de año, y Mi Señor comenzó a embestir mi boca, esa noche cambié las 12 aburridas uvas, por 12 embestidas de Mi Amo y en la última campanada estalló el placer contenido llenando mi boca del dulce sabor de su esencia. Entonces cogió mi barbilla y mirándome fijamente a los ojos me dijo: -Feliz año querida.
—Feliz año Mi Señor... le respondí.

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Relato para el baile de máscaras que cada año celebra Dulce en su blog "El dulce susurro de las palabras".


Lujo y Placer: Capítulo 1

💎Nueva Etapa


Después de finalizar mis estudios, una nueva etapa se abría ante mí: había conseguido ingresar en la Escuela de Negocios, donde cursaría Secretariado Internacional junto con un programa de Publicidad y Marketing. Me trasladé a la ciudad y empecé la búsqueda de una residencia. Sabía que también debía encontrar un empleo; los estudios eran costosos, y mis padres no podían hacerse cargo de todo.

Encontré un piso compartido con otra chica, Estrella. Desde el primer momento conectamos. Se convirtió en una de mis mejores amigas y, como ya conté, fue quien me animó a escribir esta historia.

El siguiente paso era encontrar trabajo. Vi un anuncio para trabajar como camarera en un club llamado Luxury, solo viernes y sábados por la noche. Concerté una entrevista con la propietaria. Tenía experiencia en el sector, me atraía el mundo nocturno y pensé que ese trabajo estaba hecho para mí. Llegué algo nerviosa, pero Marta, la dueña, supo relajar el ambiente desde el primer momento.

Encajaba con el perfil que buscaba: sociable, buena presencia y soltura con el trato al público. Me hizo una pequeña prueba: caminar con tacones mientras llevaba una bandeja. Me movía como pez en el agua. Me explicó que en su club organizaban fiestas VIP y que mi labor sería preparar cócteles y pasearme entre los invitados sirviendo copas. Éramos seis chicas: dos tras la barra y el resto recorriendo el local con paso firme y sonrisa insinuante.

—El uniforme es un tanto sexy, espero que eso no sea un problema —me dijo Marta, mientras señalaba el conjunto: body negro, pajarita y tacones.

—No tengo ninguna objeción —respondí.

—Perfecto —añadió con una media sonrisa—, el puesto es tuyo.

Así comenzó mi historia en el Luxury, donde conocería a Rubí, mi amiga y cómplice, la mujer que me abriría las puertas de un mundo secreto: el de las escorts, un universo tejido de deseo, juego y placer sin filtros.



Lujo y Placer: Introducción

💎El comienzo


Me llaman Mei.
No sé muy bien cómo sucedió, pero aquí estoy, frente a la pantalla en blanco, lista para contar mi historia.
Fue Estrella, mi amiga, quien me convenció para lanzarme a esta aventura de escribir. Siempre me ha gustado jugar con las palabras, pero nunca imaginé desnudarme así, a través de ellas.

De día soy secretaria de comercio internacional en una gran empresa, una vida perfectamente ordenada y respetable a los ojos de mi familia y amigos.
Pero en las sombras, en ese otro mundo que pocos conocen, soy Mei: una escort, amante del lujo, de las noches intensas y del placer más exquisito.

Aquí comienza mi historia.
Mi verdadera historia.


Eros y Jade: Capítulo 1

Pasión de tres


Eros y yo compartíamos una fantasía: nos excitaba muchísimo la idea de hacer un trío con otra chica. Así comenzaron nuestras historias más intensas en la alcoba.

Aquel sábado, Eros me llamó. Solo me dijo:
—Prepárate para un buen orgasmo, hoy será especial.
Con solo escucharle, ya me notaba húmeda.
—Estoy deseando llegar a casa... —le susurré antes de colgar.

Cuando llegué, Eros me estaba esperando: desnudo, sentado en el sofá, con una erección tremenda. Tenía esa mirada de deseo y esa sonrisa de niño travieso que tanto me excitaban. No hubo preámbulos: me fui quitando la ropa de camino al salón, y, ya desnuda, me lancé sobre él. Nos besamos apasionadamente mientras nuestras manos recorrían nuestros cuerpos.

—Cómo te deseo... —le susurraba entre jadeos.
—Y yo a ti... —me respondía, mientras sus dedos bajaban a mi humedad, acariciando mi clítoris hinchado de excitación. Pronto empezó a penetrarme con ellos, entrando y saliendo, haciéndome gemir de placer.

—Te voy a vendar los ojos —me anunció.

Y así lo hizo. Me encantaba sentirle de esa forma. Notaba su lengua juguetear con mis pezones, sus labios descendiendo por mi vientre. Mi piel ardía bajo sus caricias. Abrió mis piernas y empezó a devorarme, su lengua lamiendo mi clítoris, arrancándome estremecimientos de puro placer. Entonces, soltó la venda de mis ojos... y allí estaba ella: una chica morena, de mirada dulce y cara de niña, saboreándome por completo.

El morbo fue tan intenso que no pude contenerme: tuve un orgasmo inmediato.

Eros me miró con su sonrisa pícara, se acercó a besarme, y luego se arrodilló frente a nosotras, invitándonos a hacer lo mismo. Nos pusimos de rodillas ante él, saboreando su erección palpitante. Jadeaba de placer al sentir nuestras lenguas recorriéndolo. Estaba tan excitado que apenas podía contenerse.

La chica —Mireya— se tumbó en el sofá, abriendo bien las piernas para él. Eros empezó a penetrarla mientras yo me masturbaba mirándolos, excitándome con cada embestida. Me corrí otra vez, perdida en aquella escena.

Eros sacó su miembro, y como dos gatitas, nos pusimos a cuatro ante él. Mientras se masturbaba, derramó su leche sobre nuestras caras, y nos relamimos cada gota con deleite. Exhaustos, caímos los tres sobre el sofá.

Eros me besó.
—¿Te ha gustado la sorpresa? —preguntó.
—Me ha encantado —respondí, aún jadeando.

—Ella es Mireya. Si alguna vez quieres repetir, solo tienes que decirlo.

Mireya se vistió y se fue sin decir palabra. Yo no pregunté nada. La experiencia me había encantado.

Le besé, sonriente.
—Voy a ducharme —le dije, pensando que, seguramente, no tardaríamos mucho en repetir.

Jade©️

Eros y Jade: Introducción

La Propuesta


Somos una pareja con una conexión sexual intensa, de esas que incendian las sábanas y encienden la imaginación. A menudo fantaseábamos con ir más allá del sexo convencional, hablábamos de explorar nuevos límites... pero nunca habíamos dado el salto.


Hasta que una noche, después de una sesión de sexo deliciosa y ardiente, él lo propuso. Me miró con esa chispa en los ojos y preguntó qué me parecería incluir a terceras personas, visitar algún club de parejas liberales. Su voz, ronca por el deseo, me acarició más que sus manos. La idea me prendió fuego por dentro. Ninguno de los dos quería rendirse a la rutina. Teníamos fantasías, y estábamos decididos a cumplirlas.


Así nacimos como Eros y Jade. Nombres que nos vestirían de anonimato y nos desvestirían de inhibiciones. Bajo esos nombres, comenzamos a explorar el deseo en su forma más cruda y sincera.


Decidimos relatar nuestros placeres más ocultos, convertir nuestras experiencias en palabras... una idea que nos excitaba casi tanto como vivirlas.


Tras esa conversación, el ambiente entre nosotros se volvió eléctrico. Eros me besó el cuello, su lengua dibujó caminos invisibles sobre mi piel. Su mano bajó lenta hasta encontrar mis labios húmedos, y comenzó a acariciar mi clítoris con esa mezcla de ternura y hambre que me volvía loca. Su aliento caliente se colaba en mi oído mientras jadeaba mi nombre.


Yo no me quedé quieta. Busqué su erección, firme, palpitante, la envolví con mi mano y empecé a moverme al ritmo de su deseo. Nos masturbamos uno al otro, mirándonos a los ojos, gimiendo sin pudor, hasta que nuestros cuerpos se estremecieron en un orgasmo compartido.


Nuestros deseos más profundos estaban por escribirse. Y nuestros relatos de alcoba acababan de comenzar.

Jade©️